Terredad

Eugenio Montejo
Terredad

Sevilla, Sibilina, 2008, 73 pàgs., 6€

Hi ha lectures que deixen un sabor de boca molt especial: passat un temps, quan ja no en recordem els detalls, som en canvi capaços d’evocar aquell sabor peculiar, aquella atmosfera interior que ens van regalar. Després de llegir el poeta veneçolà Eugenio Montejo (1938-2008), persisteix una sensació de calma, de lentitud, d’harmonia i de reconciliació amb la vida (que no evita un pòsit de tristesa al fons del got). Els seus llibres són, com demanava Gadamer a l’art, una “invitació a la demora”. En aquest cas, derivat d’un ritme observador i hiperatent:

La vaca

La vaca que al pasar alzó los ojos
y se quedó mirándome
debió reconocerme
pues me llevó por siglos de paisajes.
Fue un instante, un silencio, con un tordo
en su lomo, con un jadeo despacio
que hacía pesado el aire.
Me miró hasta fundirme con los légamos
donde ella se atascaba
y prosiguió al final del horizonte,
gachos los cuernos, con la piedad muda
que la luz pone en los mansos animales.
Habrá muerto hace mucho,
su cuero debe estar en algún banco,
pero en mi noche sus ojos reaparecen
desvaídos, como lentas estrellas
cuando me siento la última llanura
donde sigue pastando.

La seva poesia és una celebració de l’existència en la seva totalitat, més enllà dels límits humans: prenen protagonisme els arbres, els taxis, els ocells, les taules, les pedres, els planetes, els quadres, les ciutats… és com si tot bategués i adquirís vida: “mira setiembre con su pala al hombro / cómo arrastra hojas secas”.

Els poemes solen partir d’una anècdota aparentment minúscula, a partir de la qual van creixent en espirals increïblement imaginatives (la seva manera de fer recorda, en aquest sentit, la del poeta nordamericà Billy Collins): una suposada minúcia li serveix per empescar-se un poema magnífic. És com una bola de neu: comença com si res i quan comença a rodolar l’emoció que provoca és imparable.

He comentat Terredad (1978), perquè és l’últim poemari que li he llegit. Però també guardo molt bon record de Fábula del escriba (2006) i, sobretot, d’un llibre titulat Adiós al siglo XX (1997), que conté una sèrie impressionant titulada “En el pabellón de los prematuros”:

Los padres velan en un silencio blanco
y se quedan absortos mirando en sus cuerpos
algo remoto, un cúmulo de luz que se amontona,
una constelación que nace.
Pueden palpar sus rostros, pero están lejos;
tocan sus pies, sus manos, sin alcanzarlos;
sus corazones laten aún fuera del mundo,
a la velocidad de horas futuras,
en otro tiempo, en un país lejano…

Pueden dormirse, pero el tiempo no duerme,
sigue fluyendo sin pausa y los aguarda
amontonado detrás de su puerta.
En algún ángulo suspenso que no vemos
con paso adulto recorren un camino
o ya están fijos al fondo de un retrato,
mientras aquí, recién nacidos, duermen
con las semillas de sus horas en las venas,
cada cual ante el enigma de su noche,
más aire que hombre, más fulgor que llama,
a muchos gritos de su futura voz,
a muchas piedras de su primera casa.

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